domingo, 11 de marzo de 2018

Apuntes sobre la paternidad

Un día me preguntaron “¿Cuántos hijos quieres tener?” Casi me desmayé con la pregunta. 
Tomé un sorbo de jugo y pregunté si estaba correcto lo que había escuchado, porque a veces 
oigo voces y bueno… “¿Cuántos hijos quieres tener?” repitió la mujer que tenía frente a mí. 
Había escuchado bien, no era una broma. Sonreía y esperaba que dijera algo maduro, que 
dijera una cifra ¡Cualquiera le servía en ese momento! Me puse nerviosa, claramente era una 
pregunta que no se podía hacer con esa soltura, era una insolencia tremenda. Miré a las otras 
y me reí a ver si era algún chiste que no había entendido. Todas esperaban. ¡Insólito!
Siempre he creído que el ejercicio de la libertad no puede ser practicado a la sombra de la 
paternidad: se priva el macho de beber, se priva la hembra de comprar, se privan los hijos de 
reír, se privan las mascotas de pasear, pero el jefe no se priva de pedir estar en primer lugar 
y  los  amigos  no  se  privan  de  hacerse  los  locos  y  la  plata  no  se  priva  de  faltar. Una 
contradicción maravillosa que da a luz al acto familiar por excelencia: la discusión. ¡Bendita 
sea la discusión! Dos seres humanos reprochándose cosas estúpidas por razones que no tienen 
muy claras. Si usted nunca ha discutido, debe saber que discutir es una cosa muy sencilla. 

Usted solo debe encontrar algo que a su pareja le disguste y hacerlo. Eso hará que el ego de 
su pareja se vea dañado y busque defenderse como si su vida dependiera de ello. ¿Por qué? 
Muy fácil: los humanos en pareja desarrollan una enfermedad llamada “Adultez”, que hace 
que básicamente crean que son seres humanos completos, que no tienen nada que aprender y 
mucho que recibir a causa de los méritos que hacen para conservar la empresa familiar, lo 
que hace que se priven de sus reales gustos y aficiones. En la etapa primaria, los humanos en 
pareja no desarrollan la “Adultez”, sin embargo, el hongo del egocentrismo puede aparecer 
en sus genitales si no se tiene cuidado. Si usted ha notado un olor a podrido mientras le hace 
el amor a su pareja, le recomiendo visitar a su médico y hacer un viaje al sur lo más pronto 
posible. Continuando con la discusión: cuando haya hecho enojar a su pareja, debe pasar 
directamente al acto de confrontación. Esta puede ser directa o indirecta dependiendo del 
gusto que usted tenga para ser un concha de su madre. Muy importante nunca bajar la guardia 
porque ¿quién quiere que le caiga el yugo de la culpa sobre la espalda? Que tú destruiste la 
familia, que tú lapidaste la empresa, que los niños, que los niños… Porque ¿Quién quiere 
conservar la palabra en la garganta? ¿Tanto poner morfema sobre morfema, artículo junto a 
sustantivo y verbo sobre sujeto para luego llenarse la panza de letras y cagar el odio en el 
wáter? No puede ser, si el acto de herir a través de las palabras es muy trabajoso como para 
ser  desechado de  forma  tan  burda.  Debe  de  haber  algún  tipo  de  maldición  para  quienes 
rompan los esquemas de la discusión de tal forma, después de todo, la dignidad que no nos 
da el país la queremos recoger lamiendo la sangre del otro. 

Los silencios son otro recurso utilizado por las familias. Se puede proponer un mutuo acuerdo 
de silencio, se llegue o no a la discusión. Un voto casi, casi que budista. Y digo casi porque 
nadie podría juzgar un acto tan humilde como el callar, sino como una cosa religiosa, oriental, 
sana. Pero como todo en occidente nos invita a ser protagonistas de nuestra propia historia, somos capaces de hacer del silencio el más agudo grito. Pongo un ejemplo que a cualquier 
familia bien constituida le es pan de cada día. Escena: hora de almuerzo, una mamá, un papá, 
agréguese  una  abuela,  un  abuelo,  tío  o  tía  de  manera  opcional  y  los  infaltables  hijos  en 
singular o plural, en género masculino o femenino (esto no tiene una importancia mayor). 
Imagínese una mesa, un mantel, unos individuales, utensilios sobre servilletas, jugo o bebida, 
un plato a elección. Ahora por favor imagine la atmósfera de mierda que se crea cuando, de 
todos los componentes de la mesa, los únicos que realmente quieren estar allí son los objetos 
inanimados. Por favor imagine el sonido de los utensilios rozando los platos, como este ruido 
que en el día a día pasa de manera tan desapercibida frente a nuestros oídos, en situaciones 
como estas, se vuelve un estrépito de guerra. Imagine, por favor, el rostro de los comensales 
cuál de todos más incómodo, mirando su plato como si la carne al jugo con puré fuera la cosa 
más  interesante  del  mundo  ¡Por  favor!  ¿Cuántas  veces  un  valiente  se  ha  levantado  y  ha 
hablado en nombre de todos los presentes diciendo: “terminemos con la farsa, comamos cada 
uno en nuestros dormitorios, escuchando la música que nos gusta, cultivando el silencio de 
manera legítima y honesta”? Pero claro, ahí saltaría la abuela diciendo “Pero mijito, la familia 
debe de estar unida” y la mamá ahí “Dile a tu papá que se vaya a comer a la pieza si el empezó 
con los problemas” y el papá, obvio “Ya te pedí perdón ¿qué más quieres, mujer?” Y el hijo 
o la hija se va a la pieza y escucha el llanterío que queda tras de sí y se culpa, se culpa por 
estar todavía en la Universidad, se culpa por no tener los cojones para irse de la casa pronto 
porque no le quiere dar de comer a la angustia del salir a trabajar para recolectar el pan y el 
arriendo, el pan, el arriendo y las cuentas, el pan, el arriendo, las cuentas y los carretes… Y 
se pregunta en medio de su locura antisistema “¿Cómo puede existir una cosa tan cínica como 
la familia?” Busca entre su mochila a ver si queda un poco de yerbabuena y sale a la plaza a 
pegarse unas quemadas para olvidar lo malo, para quedarse pegado en rato entre los pliegues 
de su polera, entre el canto de las pocas aves que se pierden en la ciudad, para estimular su 
tacto  con  la  textura  del  pasto  y  acariciarlo  cual  pecho  de  mujer.  Mira  las  nubes,  desea 
arrancarse y entre tanto y tanto pensar decide quedarse dormido para ver si en sus sueños se 
dibuja una realidad menos absurda que la que le tocó vivir en esta vida… 

“Ya poh, amiga, ¡Tan atadosa que me saliste!” Todas rieron estrepitosamente “¿Cuántos hijos 
quieres tener?” La pregunta me sacó del trance en que había estado quizás cuánto tiempo. La 
miré a los ojos nuevamente, miré los rostros de las féminas ahí presentes, estaban ansiosas 
por saber mis planes familiares. Todas habían dicho sus cifras, los posibles nombres con los 
que bautizarían a sus creaciones humanas, la forma y color del vestido de matrimonio, la 
carrera que seguirían sus hijos, todo perfectamente calculado. Me cagué de la risa como una 
cabra chica a la que le hacen cosquillas. Me paré de la mesa, “Veinte” les dije y abandoné 
las amistades femeninas por un largo, largo tiempo.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario