Era
una calurosa tarde de verano cuando el hormigólogo salió de su casa. Se dirigía
a Santiago para hablar con el Intendente Regional. Había estado esperando este
encuentro hace muchos años. Intentar hablar con los políticos es una cosa terrible,
pero lo había conseguido y se sentía radiante. Desde hace cuarenta años que era
hormigólogo, un oficio que ha quedado en la sombra de este mundo motorizado.
Hace muchos siglos el ser humano, queriendo satisfacer su natural deseo por
conocer todas las cosas, comenzó a desarrollar la hormigología como una ciencia
culta. Los conocimientos se fueron transmitiendo de boca en boca, a través de
los relatos de viejas curanderas del noreste asiático quienes, abriendo sus
achinados y rugosos ojos, instaban a los más jóvenes a seguir descifrando a
esos pequeños seres. Decían que conocían los misterios del mundo y que algún
día, cuando aprendiéramos su lenguaje, íbamos a entender muchas cosas y, quién
sabe, ¡hasta podríamos alcanzar la iluminación! Muchos siglos pasaron, aún
algunos más y no se sabe en qué expedición estos conocimientos llegaron al
nuevo continente. Así, en un pequeño pueblito artesano llamado Pomaire, vive un
hormigólogo, el último del país, me atrevo a decir, quien ahora mismo va
dejando su pueblo a pie para llegar a las calles de la ciudad de gentes
esquivas. No se siente agotado a pesar del denso calor que el sol derrama sobre
su canosa cabeza de viejo humilde. No se siente dichoso, pero sonríe.
-Tome
asiento, el Intendente lo atenderá enseguida-
La
oficina en la que ahora estaba tenía una decoración muy elegante, se notaba que
cada objeto había sido limpiado esa misma mañana y, de seguro, se volverían a
limpiar la mañana siguiente y así hasta que la mucama enfermara y tuvieran que
contratar a una nueva que no sería tan dedicada para limpiar como para seducir
al Intendente con sus carnosos muslos.
-Usted
es el famoso hormigólogo, un gusto-
Le
dio un apretón de manos de esos apurados, de esos que te dejan con la sensación
de que tienes pocos minutos para poder decir lo que vienes a decir pues hay
otra cosa más importante que se debe hacer y tú solo estas siendo un jodido
obstáculo en un juego de videos.
-Muchas
gracias por su tiempo, Intendente. Hace muchos años que esperé el momento para
poder hablar con usted y comunicarle algo muy importante. No sabe la angustia
que tengo, yo… -
-A
ver, hombre, no me haga esto más dramático. Sus cartas dicen que usted se
dedica a estudiar hormigas, ¿estoy en lo correcto?-
-Sí,
señor. Está usted en lo correcto-
-¡Qué
simpática ocupación! No pero enserio, ¿Dónde estudió esto usted? ¿Es alguna
tradición familiar? O ¿Es que acaso pertenece a una tribu?-
-Es
un poco de ambas, señor. Pero aprendí el oficio directamente de mi abuelo. Él
solía ser un hormigólogo de gran renombre en el pueblo del que provengo, se
dedicaba a sanar a los enfermos. Ayudado por los secretos que las hormigas le
entregaban acerca de la tierra y la arcilla, hacía friegas milagrosas que
podían levantar al enfermo más grave de su lecho de muerte-
-Impresionante,
supongo. Las personas siempre encuentran la manera de ver la magia en cosas tan
ordinarias como la tierra. Pero bueno, ¿qué me viene a decir? Tengo una reunión
en unos minutos y bueno… ¿Qué hay en ese bolso que trae ahí?-
-Verá,
señor. Traje conmigo a mis hormigas porque hay algo que debo comunicarle… Verá,
las hormigas tienen un sistema de organización magnífico ¡El mejor del mundo!
Diría yo. Ellas residen en las profundidades de la Tierra, por esta razón son
algo ciegas, por la oscuridad que las cubre día y noche. Sin embargo,
encontraron la manera de comunicarse y construyeron túneles e idearon un
sistema político admirable a través del cual decidieron ponerse a trabajar día
y noche. Una actitud muy humana, diría yo, señor. Una actitud que me inquietó
desde el primero momento que la vi-
-Ya,
pero hombre esto se sabe. Cuénteme algo que valga la pena, por favor-
-Bueno,
avanzaré, señor. Verá, esta actitud podría tener un sentido, un plan mayor, ¿me
entiende? Nadie se pone de cabeza a trabajar si no tiene un sueño, ¿sabe? Eso
es lo que nos mantiene con fuerzas y estas pequeñitas tienen una fuerza
increíble. Pero eso usted ya lo sabrá asique avanzaré. Verá, señor. Yo aprendí
a comunicarme con las hormigas, conozco su lenguaje, tal y como mi abuelo lo
conocía. Hablo largas horas con ellas, tirado en el suelo como un niño chico,
las observo, las tomo con cuidado y luego las pongo dentro de esta pecera que
usted ve aquí. Es grandecita, para que caigan todas. En este momento hay 647
hormigas, las conozco a todas y cada una de ellas. Sí, es posible, le juro,
señor. Cuando uno ama su trabajo puede hacer maravillas. Bueno, las conozco a
todas. Les hablo mucho, señor. Mi mujer tiene Alzheimer la pobre y no puedo
hablar mucho con ella porque es tan molesto tener que repetir las cosas que le
cuento una y otra vez porque se le olvidan y me empieza a reclamar, que por qué
no la entiendo, que quién soy yo y que qué hago en su casa. Una cosa caótica,
señor, enserio. Asique bueno, ellas son mi compañía. Nos volvimos tan íntimos
que un buen día, hace ya diez años atrás, me contaron la razón que las motiva a
trabajar tan duro día y noche sin pegar pestaña. Es terrible, pero es su sueño
y las comprendo, señor. Las comprendo porque uno cuando sueña no conoce
razones, sólo conoce el aguante y se alimenta de una fe tremenda que lo vuelve
a uno muy poderoso, señor. Un poder que no se compara al poder que tiene usted,
no me malinterprete, señor. Me refiero a que es un poder que no está dado por
las personas, no. Es una cosa que nace desde lo más profundo de nuestro ser,
algo que nos motiva a hacer frente a la mano de Dios. Algo que nos hace creer
que somos infinitos…
-
Y ¿Qué sería lo que descubrió?-
-Mire,
creo que no sería prudente que se lo dijera así de golpe. Mire, señor. No queda
mucho tiempo… Por favor, evacúe la ciudad de inmediato. Bajo la región está
ocurriendo una cosa tremenda. Muchos morirán, señor. Por lo que más quiera,
haga algo-
El
Intendente se levantó de su escritorio, puso las manos tras su espalda y, a
paso lento, se acercó al hormigólogo que sostenía su pecera de hormigas con las
manos sudorosas.
-Mire,
hombre. Usted tiene una determinación muy rescatable, enserio. Es usted una
persona de esfuerzo y esas cosas el cielo las mira y las premia. Me gustaría
poder ayudarlo, pero nuestro modelo de vida es tan bueno, tan bien pensado, que
nada nos podrá detener. Es perfectible, por supuesto, aún falta hacer muchas
cosas, falta traer mucha tecnología nueva que nos hará ser más aceptados, más
globalizados. ¿Sabe usted lo que es la globalización?-
-No
estoy seguro, señor-
-¿Ve?
Aún nos falta llegar a los pequeños rincones del globo. Aún hay muchas personas
como usted, ignorantes de lo que está sucediendo. Mire, yo le voy a decir algo,
usted es un hombre y entre hombres sabemos que es lo que a uno le hace feliz.
Me contó que su esposa tiene Alzheimer, ¿cierto? Debe de estar tan aburrido,
con tantas ganas de volver a sentirse joven. Mire, pronto llegará un cargamento
de los inventos más cotizados en Europa. Entre ellos, unos lentes de realidad
virtual que lo transportarán a cualquier lugar que usted desee. Imagínese estar
en un crucero por el Caribe, rodeado de mujeres guapas que lo acarician y hasta
le hacen esas cochinadas que usted guarda en su cabeza canosa. No me ponga esa
cara, usted sabe que uno como hombre necesita de esas entretenciones-
-Sí,
señor pero…-
-Nada
de peros, yo me encargaré de que uno de esos llegue hasta su puerta y ya verá
como la vida se le vuelve más colorida. Déjese de andar mirando a esos bichos.
Son solo bichos, no pueden traerle a usted ningún beneficio más que esta locura
que tiene metida en la cabeza. ¿Desgracias? ¿En un país que al fin dejó atrás
al monstruo marxista? ¡No pues, hombre! ¡Si las desgracias pasaron cuando
hicimos desaparecer a toda esa gente! Aún quedan cosas por hacer pero, ya le
dije, todo esto es perfectible. Vaya a su casa tranquilo, mi secretaria le va a
dar una bolsita de esas que regalé en mi campaña y además le hará firmar unos
papeles para que el juguetito que le dije llegue a las puertas de su casa ¿Qué
me dice, hombre?-
-Pero
señor, esto es muy importante. ¡Debe usted evacuar la ciudad lo más pronto
posible!-
-Ya
hombre, vaya tranquilo. ¡Claudita! Claudita, el señor le va a firmar estos
papeles, dele una de esas bolsitas que… ¡Hombre no se vaya, pues! Se va a
arrepentir, oiga. Bueno, nada que hacer. Otro de esos viejos locos. ¿Por qué no
cierra la puerta, Claudita? Hace rato que no me haces uno de tus famosos
cariñitos-
.
. .
Llegó
a su casa, una humilde cabañita que él mismo había construido cuando se casó.
Salió al patio, cavó un agujero en la arcillosa tierra y dejó caer a sus 647
amiguitas. Nerviosas, se metieron en las profundidades de la tierra y no se
asomaron más. El hormigólogo sonrió, estaba orgulloso. Sabía que los años que
había invertido en su oficio no serían en vano. Sin embargo, era humano y la
pena se hacía presente en sus ojos siempre humedecidos.
-¿Quién
eres y qué haces en mi casa?-
-Rosita,
soy yo. ¿Ya me olvidaste otra vez?-
-Sí,
disculpa-
El
viejo miró a su esposa. Estaba vieja, su cabello canoso hacía juego con el de
él. ¿Quién lo diría? La vida se encarga de hacer que las edades desaparezcan.
El viejo pensaba en lo que su madre le había dicho un día: “Si te casas con una
mujer mayor después la vas a tener que cuidar y el hombre no está para eso” Así
había sido, la había tenido que cuidar todo este tiempo. Sin embargo se sentía
feliz. Sí, estaba feliz de haber estado con ella desde que era cabrito.
Recordaba la risa sonrosada de su esposa, su piel tersa y sudada después de
hacer el amor, sus manos que, como dos suaves alas de gorrión acariciaban su
rostro de puberto. La levantó de su mecedora “¿Quieres bailar?” Se aferró a su
figura delgada, casi huesuda, de pechos caídos por el amamantar, de pies
chuecos por el uso de zapatos pequeños. Estaba vieja y fea pero aún la amaba.
Aún sentía un escalofrío recorriendo su espalda cuando sentía su aroma a rosa
silvestre, indomable y apasionada.
-Enrique-
-…-
-Enrique,
te recuerdo. ¡Ahora te recuerdo!-
Bajo
el ritmo de sus pies cansados, la tierra comenzó a mecerse con fuerza.
-Ahora
te recuerdo. Eres Enrique. Estamos enamorados-
Se
besaron como la primera vez que lo habían hecho hace ya tantos años atrás. Se
besaron y, así con los labios pegados, esperaron. Bajo el arcilloso suelo de
Pomaire quedaba enterrado el recuerdo de la vida sencilla que llevara el viejo
junto a su rosa envejecida y a sus queridas amigas de seis patas. Ahora sí, ahora
podía retirarse.