viernes, 14 de noviembre de 2014

La playa


La playa se veía escalofriante-mente grande esa tarde, el cielo era odioso así como las luces en el rostro de los departamentos y la espera motivaba a los vicios. No dudé en meterme un cigarrillo a la boca y dañarme como los que sufren de polillas en la mente lo hacemos. Las instrucciones habían sido muy simples: esperarle en la playa, justo al lado de donde comienza a desenvolverse la carretera. Debí repetirme esto no menos de cinco veces para sentir que estaba en el lugar correcto, tiendo a perderme bastante.
-Sería chistoso que pensaras que no iba a venir-
-Ríete entonces-
-Caminemos-
El sol y sus ganas de dormir temprano hacen siempre que cualquier ambiente se ponga estúpidamente dramático, no importa dónde estés, con quién estés o qué digas, si es un atardecer siempre será digno de una escena de película gringa y tu mente lo recordará, oh por Dios, por supuesto que lo recordará y te dará una risa de rabia saber que tus momentos más ridículos fueron adornados por una cortina tan hermosa como el atardecer.
La suela de mis zapatillas imprime un mundo sobre la arena, a cuántos bichos inocentes estaré perturbando en este preciso instante.
-No tengo problema si quieres compartir un poco de eso-
Le di un cigarrillo pero se rió y miró hacia la derecha.
-Hablo de lo que piensas-
-No de eso nada. Mejor recibe lo que te doy-
-Me conviene supongo- Se detuvo para incendiar al tubular amigo y continuó -Me apena saber que ya te debes ir. Fue todo muy corto-
-Sí, de lo bueno poco dicen-
-Quédate ahí un momento-
Pasaron algo así como dos respiros y luego me pidió que le diera la espalda. Cuando su ser me autorizó para volver a mi postura inicial vi que se había dado la molestia de guardar en una caja los papelitos que nos mandábamos bajo la puerta de nuestras habitaciones.
No puedo creer a cuanto me llevan esos trozos de hoja, no sé si llamar romance a una aventura tan tierna como esta o si calificarla dentro de alguno más de esos encuentros casuales que la vida te regala a veces.
-Fue todo muy corto... no quiero pensar que aquí se muere-
-Claudio, gracias. Por esto, por todo. Fue lindo-
-No hables como si ya se hubiese ido, por favor-
Nos miramos largo rato, quizás no, pero fue lo suficiente para sentirme arrepentida de lo que iba a hacer a continuación.
-Gracias-
Me frustra dejarle ahí intacto como a una criatura inmaculada, me despedaza haberme puesto en este rol de hija de puta que tanto lo que acercó a mí, me tienta todo este contexto ridículo a sollozar entre sus brazos, a decirle que nunca mi nombre fue Filomena y que no quiero pensar en la idea de apartarme de su cama con olor a noches interminables.